El olor de las galletas recién horneadas fue el anzuelo para entrar a este pequeño espacio para relajarse y olvidarse un poco del día. Con café y un helado orgánico de pay de limón la tarde se hizo más llevadera. Y… bueno siempre quise probar uno de esos sillones masajeadores. Valen la pena. En un espacio ambientado con música«easy listening» lejos del ruido de la calle, fueron 15 minutos que bastaron para recargarme y seguir con todo lo que aún estaba pendiente de la jornada. La filosofía de este lugar es que siempre hay una razón para apapachar(una de las mejores palabras que existen) a alguien o a nosotros mismos: hazlo con cobijas afelpadas calientitas, una almohada apapachadora –indispensable conocer-, combinaciones de tés, mermeladas buenísimas y… bueno… El chiste es ir. Los precios son muy accesibles. La atención es estupenda, amable y atenta. Sin atosigar. Prueben los pasteles y las galletas.