Siempre he sentido una curiosísima fascinación por esta tienda, y lo digo sin ningún tipo de ironía en absoluto. El sitio en sí no destaca nada, tiene una serie de latas colgadas en el quicio de la puerta y una pequeña mini estantería con unos cuantos tiestos, justo delante de una puerta que parece que no han pintado desde la Guerra Civil española. Pues eso no es nada comparado con lo que hay dentro. Cuando uno pone aquí un pie, dentro de la tienda, flipa. No tiene absolutamente nada que ver con las bodegas gourmet que se han puesto de moda. Aquí no hay glamour ni nada por el estilo: hay unas estanterías de herraje desde el suelo hasta el techo, gigantescas, donde las botellas se agolpan unas junto a otras. No hay nada que este señor, que lleva en el negocio toda la vida, no tenga en sus estanterías. ¡Y a un precio bastante asequible! No es el sitio más barato donde comprar alcohol, pero te puedo asegurar que no es excesivamente caro, y que merece mucho la pena. ¿Por qué? Porque si resulta que estás preparando la comida para alguien y te acabas de dar cuenta de que se te ha olvidado comprar el vino blanco frío, o vas de camino a comer a casa de unos amigos que te han invitado y tienes la desfachatez de no haber puesto el vino a enfriar, aquí venden toda clase de vinos, y –con muy buen tino– algunos ya refrigerados. ¡Se acabó el sufrimiento por este tema!