Sala Matilde Salvador

«Escucho murmullos de gente que entra, estoy a oscuras, sentado entre bambalinas, Bego, la directora, viene y me da una botella de agua, la cosa va a empezar en apenas 5 minutos. Miro hacia el techo, veo las filas de focos, me acuerdo de todas las cosas malas que me han pasado en la vida, me acuerdo de mi perra que murió hace poco, y la veo en mi imaginación corretear por el escenario, subir al banco de madera, única pieza de la obra, me asomo, la gente no me ve, está lleno, no cabe mucha gente, no es un gran teatro, ni siquiera tiene forma de teatro, la sala, Matilde Salvador… tengo sed, bebo agua, ¿me acordaré del texto? Ansiedad, mi pulso se acelera, quiero que esta mierda termine ya, necesito salir y decir lo que tengo que decir.
Mi nombre es Belaqua y voy caminando por los infiernos de Dante, y ahora Samuel Beckett, ¿quien si no? Ha escrito mi historia, y ahora me toca salir y contársela a todos esos ojos que me miran, me estoy volviendo loco, me estoy volviendo loco, tengo ganas de mear, me tendré que aguantar ¿y si empieza la música?, cuando empiece la música, salgo, y actúo…
The Bells, extraña canción de Lou Reed, no es una canción, es un canto desde el infierno. Salgo, me tiemblan las manos, las piernas, el culo, el sexo, la vida, mi alma, la muerte… ¡¡¡¡Dios!!! está lleno, ahora me toca hablar durante una hora, frente a este público, en la Matilde Salvador…»
Estas fueron mis sensaciones la primera vez que actué en esta sala. El público, agradeció mi esfuerzo, y aplaudió durante más de 10 minutos. Le tengo cariño, mucho a este extraño espacio más próximo a una simple «nave» que a un teatro. Su ubicación dentro de la Universidad de Valencia, en el edificio de las Naves, es un lugar mágico, aunque la sala en contraposición, es moderna… quizás sus vestuarios sean pequeños, muy bien acondicionados por otra parte, en mi caso, lo mío era un monólogo, pero me imagino allí arriba a una compañía de 10 ó 15 actores y me los imagino apiñados unos encima de otros… tipo camarote de los hermanos Marx…
Programan buen teatro, muy recomendable. Y el enclave donde se encuentra es pura magia.

Debido a la indigencia cultural institucional, tiene que ser la Universitat de València la que mantenga en sus instalaciones históricas del centro, en torno al claustro de Luis Vives, esta sala de teatro con una programación insistente, esforzada y a veces irregular: deben convivir en ella propuestas profesionales que no encuentran (como están los tiempos) sitios más ideóneos y cercanos al gran público, y propuestas más emergentes o simplemente diletantes.
Se ve de todo: desde el taller oportuno del grupo de teatro universitario hasta propuestas más íntegras de compañías (casi siempre jóvenes) locales e incluso de otros rincones de la geografía nacional (circuito inter-​universitario) y espectáculos de pequeño formato en gira. Todo ello hace imposible defender un criterio de sala, quedando como un imprescindible cajón de sastre en la que tiene un hueco un amplio catálogo de propuestas.
Hay que informarse muy bien de lo que se va a ver, porque muchas propuestas funcionan meramente como «muestra» (léase «asomo») de obra teatral o proyecto de creadores /​compañías.
Normalmente la afluencia es gratuita, para lo que debes recoger tu entrada hasta dos horas antes del pase (aconsejo ir pronto, puesto que corres el riesgo de quedarte sin entrar). Programa exclusivamente entresemana y para dar con la sala hay que acceder al claustro de la Universitat (La Nau) por la propia calle La Nau (nº2) y dirigirse hacia el fondo.
La misma obra nunca está dos días, por lo que hay que atender una y otra vez a la programación.

Sala pequeñita, muy apañada, a la que le tengo cierto apego porque allí vi debutar a un amigo mío y esas cosas crean vínculo. Es en este espacio donde la Universitat suele programar sus ciclos de teatro, por eso el tipo que de obras que se representan en la Matilde Salvador tienen unas características muy peculiares. Muchas de ellas se engloban en la denominada «Aula de Teatre» que, tal y como indica su nombre, es un espacio para formar, no solo a actores o escenógrafos sino al propio público.
Es muy importante tener en cuenta la idiosincrasia de la sala en el momento de acudir a una representación. Habrá obras que te gustarán más, otras que te gustarán menos y otras en las que te preguntarás qué coj***** hace esa gente en el escenario y tu sentado entre el público. Sea cual sea el caso, yo siempre he disfrutado mucho de la experiencia teatral. Además, dar tu apoyo (y aplauso) a gente que empieza es muy tierno.
Una cosa muy buena de la Matilde Salvador es que la entrada es gratuita. Ésta se ha de recoger al menos dos horas antes de que empiece el espectáculo. Como no tienen un programa fijo de sesiones es vital ir consultando la web para ir enterándose de qué día y a qué hora son las funciones. Advierto que es una sala que engancha, si asistes a una obra, al salir por la puerta ya estás buscando cual es la próxima que representan.

Es un espacio gestionado por el Vicerrectorado de Cultura de la Universidad de Valencia. A través de esta sala se da salida a las actividades y representaciones de la propia Aula de teatro de la Universidad, con la intención de educar también al espectador para tener criterio y hacerlo, como ellos mismos dicen, desde un espacio universitario de libertad creativa y de expresión. Pero además, la programación se lleva a cabo con distintas propuestas de otros grupos de teatro o compañías.
Se organiza mes a mes, con posibilidad de acudir a varias representaciones, dependiendo de la semana. El acceso es gratuito, limitado siempre al aforo que es bastante reducido. La sala tiene espacio para 200 personas o para 100 si se trata de una representación teatral. Para conseguir la entrada basta con pasar por la consejería del edificio de la vieja universidad, en la calle la Nau, desde dos horas antes de cada representación.
Pueden gustarte más unas que otras, yo misma he salido de alguna representación dejando allí mismo el programa de mano, pero sin duda que de todas se sale sacudido, por una cosa o por otra.
Obras escritas y representadas por colectivos de artistas o poetas. Por grupos de teatro aficionados, por otros más profesionales o más rodados. Teatro interactivo, contemporáneo o raruno de ese, como decía el otro día Diego, uno de los actores de la obra
No creo que sea sólo porque cualquier obra tiene hueco aquí, en esta sala. Creo que es también porque resulta muy familiar y muy próxima. Porque todo es posible y porque hasta aquellas obras que me hicieron desear que terminaran de una vez, incluso en esas, mientras crees que tú estás sufriendo, te das cuenta de la categoría del amateur, del esfuerzo que hace, allí delante del público, del que hizo en su día para escribir los textos, solo o acompañado.
Al final, en todas he acabado aplaudiendo y agradeciendo. Por eso he olvidado intencionadamente el programa de mano, porque no quiero leer sus nombres alguna vez, formando parte de otro espectáculo y pensar «ah, sí, los recuerdo. Fui a verlos y no me gustaron»