Todo lo bueno que encierra la palabra Bodegón está en Lezama. La comida es abundante, sabrosa y calórica. Lo que más pido es el risotto Lezama. Ahhh ese arroz cremoso. Qué delicia. Con un vino y sifón de soda, como corresponde. Los precios son correctísimos y lo ponen muy muy arriba en la escala precio calidad. Los mozos son un capítulo aparte. Siempre atentos y veloces. No te va a faltar nada. Abre hasta muy tarde, siempre hay gente, pero también siempre(o casi siempre) hay lugar. El lugar es amplio y aunque hay muchas mesas, no sentís que estás sentado encima de tus vecinos. Eso está muy bien. Las patas de jamón colgando del techo y la foto autografiada de Ricky Martin(?) con el dueño dan el toque final.
Luciana D.
Rating des Ortes: 5 Buenos Aires, Argentina
Con Lezama no existe la opción de amarlo u odiarlo. Se lo ama, nomás. Bodegón clásico, sin remixes, sin este barniz de lugar-nuevo-que-se-hace-el-viejo– porque el vintage está de moda, es uno de esos lugares que cumplen. El salón es inmenso. No puedo calcular cuántas mesas hay, pero son muchas y siempre, o casi(depende a qué hora llegues a comer, más cerca del mediodía, más lleno está) está repleto. Los mozos –algo que me sorprende siempre– son los mismos desde hace mil años. La última vez que fuimos nos atendió el mismo que nos atendía hace por lo menos seis años. La carta tiene toques españoles, pero también hay pastas de todo tipo y platos bien porteños, bien criollos. No defrauda la colita de cuadril; ni los ravioles, ni cualquier plato que pidas: vienen suculentos, bien condimentados y ¡rápido! El paté que sirven de entrada –que no sé de qué es, pero qué importa– es superior. Está bueno para ir con hijos: es bullicioso, así que los chirridos de los chicos quedarán amablemente mezclados con los de los comensales. El baño es chico y no tiene cambiador(atención, madres). Recomendado: domingo al mediodía, con hambre y ganas de una bucólica vista al Parque Lezama.