No soy de consumir mucha comida comprada pero ayer terminé el día muy cansada y consideré que merecía una rica milanesa con puré. Y era claro que no se iba a preparar en mi cocina. Salí a caminar por el barrio y me detuve en Lo de Lorenzo, la parrilla donde 2×3 hay mesas grandes en la vereda con grupos de amigos y familiares levantando las copa y brindando por el cumpleañero de turno. De afuera no dice mucho, pero atrae su ambiente informal y relajado. La oferta es tan variada que se publica en dos pizarrones escritos con tiza y en papeles pegados en sus paredes. No se despachan con platos muy refinados pero hacen justicia a la oferta de una típica parrilla de barrio: vacío con fritas, bife de costilla con guarnición, milanesa napolitana, de pollo y completa de ternera. No falta la clásica hamburguesa con fritas, el pollo deshuesado, los sandwiches de matambre casero, choripán, vacío, pizzas, pastas, empanadas y ensaladas. Mientras esperaba mi pedido observé que la mesa familiar de la noche recibía como cortesía una entrada de toritilla de papas. Para tomar, cerveza de 1 litro y gaseosa de 1,5 litros, un dato no menor si vas con tu equipo de fútbol o si tu familia tiene el tamaño de los Camapenelli. Las mesas tienen mantel de cuerina, agarrado con gancho mariposa para que no se vuele. Para algunos resultará rústico, para para quien escribe es una reminiscencia directa a la infancia. Finalmente me encontré con mi milanesa tamaño baño, frita, muy frita. Estaba rica aunque era más bien zuelita de zapato y a mí me gustan más panzonas. El puré, exquisito, con pedacitos de papa perdidos por ahí. No hay barrio sin parrilla, sera cuestión de seguir explorando sus opciones.